EL MÉTODO
Trabajo 2
Lea cuidadosamente el material recomendado, reflexione tomando en cuenta las siguientes interrogantes, escriba y entregue su reflexión. Recuerde que la reflexión es escrita en forma manual.
1. ¿Qué es método?
2. ¿Cuál es la posición de los pensadores que se mencionan en la lectura con respecto al método?
3. ¿Cuántos métodos se mencionan en el contenido de la lectura, y cuál es la función de cada uno de éstos?
4. ¿En que consiste el método científico, de acuerdo a la lectura o la revisión de otros materiales?
5. ¿Cuáles son las etapas del método científico?
6. ¿De acuerdo a su reflexión existe un solo método para investigar. Explique?
7. Emita su propia reflexión con respecto al material. ¿Cuál fue su descubrimiento?
Tomado de: Cerda, Hugo. (1990). Introducción a la Investigación. Ediciones Búho. Bogotá Colombia.
“Entiendo por método, reglas ciertas y fáciles, gracias a las cuales quien las observe exactamente no tomará nunca lo falso por verdadero, y llegará, sin gastar inútilmente esfuerzo alguno de su espíritu, sino aumentando siempre, gradualmente, su ciencia, al verdadero conocimiento de todo aquello de que sea capaz”. Ésta es la definición que del método ofrece Descartes, en sus Reglas para la dirección del espíritu (Regla IV). A ese valor que el método tiene, se refiere igualmente en su Discurso del Método: gracias a él está seguro de elevar su espíritu al más alto grado posible de conocimiento. Para él, como más tarde para Pascal, no basta poseer “un buen espíritu”: lo importante es aplicar bien ese espíritu al conocimiento de la verdad.
Fijar las reglas del método es fijar los medios que aseguren no sólo la obtención de la certeza científica, sino también el ahorro de esfuerzo, el progreso y hasta la perfección del espíritu del hombre.
La preocupación por establecer las reglas del método científico, es decir, del procedimiento que asegurase la obtención de nuevas verdades y la certeza de esas verdades, es propia de la Edad Moderna. Tres grandes figuras: Descartes, Galileo y Bacon, coinciden, hacia el 1600, en su preocupación por hallar el método que fuese no simplemente demostrativo, como lo era la silogística, sino el método “inventivo” – según se decía en aquel entonces-, o sea el método para descubrir nuevos hechos.
Descartes, Galileo y Bacon coinciden en su desprecio por la silogística en cuanto ésta pretendía ser método “inventivo”. Le asignaban, a lo sumo, valor demostrativo; y ese valor demostrativo no – consistía sino en la traducción, al lenguaje lógico, de lo que otros procedimientos habían probado previamente.
El método, según Descartes
El método, así entendido, supone en primer lugar un criterio de verdad, un criterio que permita “no tomar nunca lo falso por verdadero”. Ese criterio es, para Descartes, la evidencia. Por ello, cuando formula sus cuatro famosas reglas del método, enuncia en primer término la que se refiere a ese criterio de la verdad:
No aceptar como verdadero lo que con toda evidencia no reconociese como tal. No aceptando como cierto sino lo que se presentase a mi espíritu de manera tan clara y distinta, que acerca de su certeza no pudiese caber la menor duda.
Las otras tres reglas son más rigurosamente metodológicas, si por método se entiende el conjunto de operaciones que orienten la búsqueda de la verdad en una ciencia cualquiera:
Dividir cada una de las dificultades en tantas partes como sea necesario para resolverlas.
Ordenar los conocimientos desde los más sencillos, subiendo por grados, hasta llegar a los más compuestos (y suponiendo un orden en aquellos que no lo tengan por naturaleza).
Hacer enumeraciones tan completas y generales, que den la seguridad de no haber incurrido en ninguna omisión.
LO CLARO Y LO DISTINTO. La primera regla contiene dos palabras que han sido objeto de interpretaciones diversas y de largos estudios. Son las palabras claro y distinto. En el proceso de su duda metódica, que le llevó a descubrir en el "yo pienso" el fundamento de su filosofía, Descartes se preguntó por qué el "yo pienso, por lo tanto existo" se le aparecía como verdad indudable. y hallo que la imposibilidad de pensar que él, que pensaba, no era, le forzaba a aceptar la verdad de su ser. Ésa era una verdad evidente: la veía con toda claridad y distinción. (Aunque no siempre recurra Descartes a esas dos palabras – otras veces dice claro y exacto, claro y evidente-, ésas son las que por lo general usa). Siempre que un hecho se nos presente como siendo claro y distinto, debemos aceptarlo como verdadero; de lo contrario, no. Pero, ¿cuándo un conocimiento es claro y cuándo distinto? "Llamo claro – explica Descartes – al conocimiento que es presente y manifiesto a un espíritu atento: así como decirnos que vemos claramente los objetos cuando, estando éstos ante nuestros ojos, actúan con fuerza bastante sobre el os, y ellos están dispuestos a contemplarlos; y distinto al conocimiento de lo que es de tal manera preciso y diferente de todos los otros, que no comprende en sí sino lo que manifiestamente se le aparece a quien lo considera como corresponde”.
Puedo ver algo con toda claridad, pero confundirlo con otro objeto. Lo claro se opone a oscuro; lo distinto, a confuso. Puedo tener, con toda claridad, un dolor, pero no distinguir, sin embargo, su contenido; tengo con toda claridad una sensación de rojo, por ejemplo, pero no puedo analizarla. En cambio, lo que es distinto es siempre claro. De lo que solamente es claro, como observaba Leibniz comentando a Descartes, no puedo dar la definición: es entonces cuando recurrimos al “no sé qué”, o a nuestro vulgar “sé lo que es, pero no sé cómo decirlo”. Cuando veo el contenido de un hecho, distinguiendo sus elementos, puedo definirlo. Y siempre que defino algo, ese algo es distinto y, por lo mismo, claro.
Esto permite aceptar las consideraciones de lógico francés Goblot. Las cosas reales nunca son perfectamente distintas, porque lo que en ellas hay que conocer es infinito. Los conceptos construidos por el espíritu son distintos (y claros), porque sus cualidades o propiedades derivan de una propiedad fundamental, que es la ofrecida en la definición. (“Isósceles: triángulo que tiene sólo dos lados iguales.” Eso es distinto y claro. En cambio, el concepto “sensación” es claro, sin ser distinto. Su definición está llena de dificultades.)
El método, según Galileo
La lógica deductiva enseña – dice Galileo – a conocer si los razonamientos y las demostraciones ya hechos son concluyentes; pero no enseña a encontrar los razonamientos y las demostraciones. En cuanto a la inducción completa de los aristotélicos, la declara o imposible o inútil: la inducción, SI tiene que registrar todos los casos, es imposible, ya que los casos son infinitos; y si los casos no son infinitos y se los puede registrar todos, la inducción es inútil, pues su conclusión nada agrega a lo que ya sabíamos.
Si de lo que en ciencia se trata – y no se puede tratar de otra cosa, según Galileo-, es de descubrir las relaciones matemáticas de la realidad, ni la deducción silogística ni la inducción sirven, pues no son métodos de descubrimiento. Lo que importa, en ciencia, es hallar ese método. Y el método no consiste, para Galileo, sino en la demostración rigurosa, cuyo modelo es la matemática, pero aplicada a enunciaciones ciertas y comprobadas como tales por medio de la experiencia.
El investigador debe acomodar su razón a lo que la naturaleza le enseñe a través de la experiencia, y no intentar acomodar la naturaleza a su razón. La experiencia tiene su punto de partida en los sentidos, como el mismo Aristóteles lo había enseñado – ya que había dicho que quienes negaban el valor del testimonio de los sentidos merecían verse privados de ellos-. Una sola experiencia basta para destruir mil argumentos en contra. Hecha la experiencia, observada con objetividad, aplicado a ella el método demostrativo de la matemática, el error es imposible. Ningún error puede haber ni en la experiencia ni en el método: sólo puede haberlo en el hombre mismo en cuanto se aparta de la experiencia o de la demostración.
No hay tampoco, para Galileo, restricciones a la verdad. Entre la verdad y la falsedad no hay término medio. Quien parta de la experiencia y aplique el método de la matemática, llegará a la verdad; y si no llega a ella es porque se equivoca o porque ha querido llegar a una conclusión que ya se ha fijado de antemano.
El hombre de ciencia no debe proponerse demostrar nada: demostrará lo que la razón, aplicada a la experiencia, concluya forzosamente. La demostración ha de venir siempre después, porque “la naturaleza hizo primero las cosas a su manera, y después fabricó los discursos humanos aptos para entender (eso sí, con gran esfuerzo) algo de sus secretos”. Y, por último, tiene que ser regla del método el progreso gradual, precisamente como sucede en la matemática, que sólo permite el paso de una afirmación a otra mediante todas las afirmaciones intermedias que sean necesarias. Sólo así puede llegarse a “no pronunciar una sola palabra que no esté impuesta por el rigor absoluto”.
Galileo sostenía que el método preconizado por Aristóteles, aunque no seguido por los aristotélicos, era el suyo: atenerse a los sentidos, a la observación, a las experiencias, y después buscar los medios para demostrar eso y no otra cosa.
Debe advertirse que Galileo en realidad procedió, como lo prueban sus Diálogos sobre dos nuevas ciencias, imaginando primero las experiencias y razonando sobre esas experiencias imaginarias, sin todavía realizarlas: una vez obtenida su conclusión, buscaba en la experiencia realizada la confirmación de lo que había concluido razonando. Pero éste no es un reproche: la ciencia contemporánea procede, en muchos casos, de la misma manera: imagina una experiencia y razona sobre esa experiencia imaginaria; y llega hasta a imaginar experiencias que sabe prácticamente irrealizables.
El método, según Bacon
Hacia la misma época en que el francés Descartes enunciaba las reglas de su método y creaba la geometría analítica, y en que el italiano Galileo daba las del suyo, creando la física moderna, el Inglés Bacon, sin ser hombre de ciencia, se planteaba el mismo problema del método “inventivo”, “instaurador” de las ciencias. Al Órganon aristotélico, quería oponer un Nuevo órgano, un nuevo “instrumento” del saber.
Una imagen de Bacon permite en seguida entender su posición. No debemos, dice, atenernos a la simple experiencia suministrada por los sentidos, ni a la simple razón; no debemos ser ni empíricos ni dogmáticos: “Los primeros se contentaron con almacenar, consumiendo luego sus provisiones, como las hormigas; los últimos tejieron redes con materia extraída de su propia sustancia, como las arañas. La abeja guarda el punto medio: extrae la materia prima de las flores en huertos y jardines, y luego, con arte que le es propio, la elabora y digiere.” Ni la experiencia bruta, ni el razonamiento vacío: ésa es la fórmula de Bacon, en su aspecto negativo.
LOS IDOLOS. El esfuerzo de Bacon estuvo enderezado, primero, a señalar los prejuicios que impedían el progreso científico. Dio a esos prejuicios el nombre de “ídolos” o “fantasmas”, y los clasificó en cuatro grupos: los ídolos de la tribu, los de la caverna, los del foro y los del teatro.
Los ídolos de la tribu, o raza, son propios de la especie humana, y se resumen en la afirmación según la cual e hombre es la medida de todas las cosas. Se trata del mismo “ídolo” que había combatido Galileo: el falso método que consiste en querer acomodar la realidad a nuestro entendimiento y no nuestro entendimiento a la realidad.
Los ídolos de la caverna son, no ya los del hombre como especie, sino los de cada hombre, de cada individuo. Son los prejuicios del antro en que cada uno de nosotros vive, y donde la luz natural de las cosas se quiebra, deformando las imágenes. Los hombres – decía Heráclito, invocado por Bacon – buscan las ciencias en sus minúsculos mundos particulares y no en el mundo universal, en el común a todos. No son las impresiones individuales, deformadas por la índole de cada uno, por sus preferencias o inclinaciones, por su educación, por sus admiraciones, y por la variabilidad del estado de ánimo, las que pueden constituir el punto de partida del progreso científico.
Los ídolos del foro son los prejuicios de las palabras. El lenguaje asocia a los hombres; pero ese lenguaje, admitido sin análisis, es un conjunto de nomenclaturas inexactas, de expresiones inadecuadas, que estorban a la inteligencia: aceptadas esas palabras, es en vano toda tentativa de aclararlas mediante definiciones o explicaciones. El hombre cree dominar a las palabras; pero las palabras suelen dominarlo.
Los ídolos del teatro, o fantasmas de los espectáculos, son los prejuicios de los sistemas filosóficos consagrados, “farsas inventadas, que los filósofos fueron representando por turno”. No sólo en los sistemas considerados globalmente, sino también en sus principios, en sus axiomas, aceptados sin crítica, es donde residen los fantasmas del teatro.
Para obtener el progreso dé la ciencia, es necesario que ahuyentemos todos esos fantasmas y que volvamos a nuestra pureza original. (Este tema es el mismo que habían desarrollado cuantos quisieron reaccionar contra el aristotelismo: “Volvamos a las primeras letras”, decía el italiano Campanella. Bacon concluía: “Preciso es que mediante inalterable y solemne resolución, renunciemos, abjuremos, libremos de los fantasmas al entendimiento; lo purguemos; porque el único camino que queda al hombre para imperar sobre la naturaleza, dominio del que no puede disfrutar ano ser mediante las ciencias, es el mismo que conduce al reino de los cielos, en el que no logramos ser admitidos, si no somos como inocentes niños” (Novum organum, I, 168). El programa de Bacon era, en ese sentido, el mismo de Descartes, aunque menos claramente concebido y expuesto: el rechazo de cuanto se había tenido por verdadero, y la búsqueda del punto de partida que permitiese construir sobre bases sólidas la ciencia.
Para Bacon, el fin de la ciencia no es el de explicar la realidad, sino el de dominarla. La ciencia ha de proponerse enriquecer la vida humana, y para ello necesita descubrir los secretos de la naturaleza.
EL MÉTODO INDUCTIVO. Bacon opone su método al de la inducción llamada completa, que consiste en derivar de una totalidad de casos una afirmación general que vale precisamente para todos esos casos. La inducción, así entendida, no permite el progreso de los conocimientos. La deducción tampoco lo permite, porque no puede ofrecer sino lo que está dado en las premisas. Quien quiera descubrir los secretos de la naturaleza deberá recurrir a otro método.
Hay que torturar a la naturaleza, dice Bacon, y poner plomo, no alas, al pensamiento. La naturaleza, por sí misma, no revela sus secretos. Es preciso arrancárselos mediante experiencias, creando las situaciones más propicias para observarla, así como en las relaciones de hombre a hombre “el método más seguro para descubrir lo natural y los secretos sentimientos de cada individuo está en observarlo en los momentos de trastorno y viva emoción”.
LA CAZA DE PAN. No basta hacer una experiencia: es necesario variarla, prolongarla, transferirla a otras situaciones semejantes, invertirla en su proceso, compararla con otras. Hay que variarla, para saber si se cumple únicamente en el caso de que se trata (si fabricamos papel con una determinada sustancia, ver si se lo puede fabricar con otra parecida, y qué propiedades especiales tendría). Hay que prolongarla, para ver si lo observado subsiste (caliento un cuerpo; el cuerpo se dilata; ¿seguirá dilatándose indefinidamente?). Hay que transferirla a situaciones semejantes (el calor dilata los cuerpos; ¿en cuántas formas se presenta el calor?; ¿toda forma de calor – rayo, aguas termales – dilata los cuerpos?). Hay que invertirla en su proceso (enfriar lo que se calentó, para ver si el cuerpo se contrae y si vuelve o no a su situación anterior). Hay que comparar las experiencias, registrándolas de manera que, a través de sus semejanzas y diferencias y variaciones, puedan descubrirse los principios que las rigen.
Esto constituye “la caza de Pan”, título que Bacon dio a su teoría del descubrimiento. (Pan había conseguido lo que los otros dioses no habían conseguido: descubrir a la diosa Ceres.)
LAS TABLAS. Las experiencias deben ser registradas en las que Bacon llamó “tablas”, y que son: de presencia, de ausencia y de comparación.
En la tabla de presencia se registrarán todos los casos diferentes en que se da el mismo fenómeno; en la de ausencia, los casos en que el fenómeno que interesa no se da a pesar de que tienen circunstancias comunes con aquel en que se da; en la tabla de comparación, los casos en que el fenómeno presenta variaciones o diferencias. Bacon ilustró este aspecto de su método especialmente con el estudio del fenómeno del ca1or. (Presencia del calor: en los rayos del sol, en las aguas termales, en los rayos. Ausencia de calor sensible al tacto: en los rayos de la luna; en los relámpagos, que no incendian. Comparación: Entre los cuerpos sólidos tangibles no hay ninguno caliente por naturaleza; las aguas calientes de las termas parecen deber su calor a causas accidentales – fuegos subterráneos-..., etc.).
Así fundaba Bacon el método, que consiste en buscar los fenómenos tales que: cuando se da uno de ellos se da el otro; cuando no se da uno de ellos no se da el otro; y cuando uno de ellos varía, varía el otro. Comprobada esa triple relación, podía enunciarse la relación forzosa que existía entre los hechos. De éstos se pasaba a la afirmación general. Para Bacon la inducción es, pues, el paso de los hechos a la afirmación de la relación constante que 1os enlaza; es decir, el paso de los hechos a la ley que los rige.
Bacon no demostró, en la aplicación de su método, la capacidad científica de Descartes ni de Galileo. No registró siquiera en orden claro las presencias, ausencias y comparaciones. Requerido por múltiples ocupaciones de orden no científico, t no rudo ser un hombre de ciencia, en el sentido de que no empleó su método de la “Invención” para descubrir nuevas verdades.
Su recomendación de poner plomo, y no alas, al pensamiento, se funda en las mismas razones que les hicieron sostener a Descartes ya Galileo la necesidad de proceder gradualmente y no por saltos. Esa marcha gradual es necesaria porque la aparición de un solo caso contrario basta para que la conclusión quede desmentida. De los hechos hay que ascender a los principios, y de éstos descender a la afirmación de nuevos hechos. En eso consiste la inducción. La inducción útil es la que procede analizando las operaciones de la naturaleza, seleccionando las observaciones y experiencias, desechando todo lo que no sea concluyente. La inducción, es posible, pues, no por simple acumulación de casos, sino gracias al examen que descubre en ellos el principio común que los rige, y para ello lo que el hombre debe hacer es detenerse en la observación de lo que conoce, en vez de afanarse por investigar lo que no conoce.
VALOR DEL MÉTODO. Es en la observación atenta de lo conocido donde el hombre conseguirá alcanzar el objeto de la ciencia: inventar lo que sea capaz de cambiar la faz del globo, como la cambiaron las tres revoluciones provocadas por la imprenta, la pólvora y la brújula (revoluciones en las letras, en la guerra, en la navegación). La gran ambición de la ciencia es el dominio de la naturaleza para aumentar el bienestar del hombre; y si la ciencia debe descubrir los principios que rigen a la naturaleza es porque “para mandar a la naturaleza hay que obedecerle”. La lógica tradicional era “el arte de extraviarse metódicamente”. Lo podía todo, aparentemente; pero sólo en cuanto a las opiniones, porque en cuanto a las cosas, nada podía, ya que procedía como si la naturaleza no existiese.
Bacon, el primero de los filósofos que concibió algo así como una salvación del género humano gracias a la ciencia – anticipándose a las ideas propias del siglo XIX-, llevó su optimismo, en lo que se refiere al método, hasta creer que gracias a él quedaban casi igualadas las inteligencias. El valor del método reside, para él como también para Descartes, en que permite el progreso sin necesidad de esperar la aparición del genio o la aparición del azar.
Los métodos de Mill
John Stuart Mill, en su Lógica, retomó tres siglos más tarde las ideas de Bacon acerca del método inductivo. Para Mill, los “métodos” son cuatro: el de concordancia, el de diferencia, el de variaciones concomitantes y el de residuos. Los tres primeros tienen cierta semejanza con los ya señalados por Bacon; el cuarto es aplicable en los casos en que ninguno de esos tres lo es. Para Mill el método experimental tiene por objeto encontrar ya sea las causas ya los efectos de un fenómeno dado; y ésta es diferencia fundamental con respecto a Bacon: lo que Bacon buscaba era la esencia del fenómeno.
MÉTODO DE CONCORDANCIA. Si dos o más casos, objeto de la investigación, tienen solamente una circunstancia común, la circunstancia en la cual todos los casos concuerdan es la causa (o el efecto) del fenómeno. Se trata, según este método, de estudiar casos diferentes para comprobar en qué concuerdan. Ejemplos: para buscar el efecto de una causa. Sea el contacto de una sustancia alcalina y de un aceite, que producen una sustancia grasienta, detersiva o jabonosa. Yeso sucede siempre, en circunstancias variadas. Para buscar la causa de un efecto: Se comparan dos casos conocidos en que los cuerpos cobran estructura cristalina, sin ninguna otra concordancia, y se halla que su antecedente común es el depósito, en estado sólido, de una materia líquida, en fusión o en disolución. (En el primer ejemplo, la producción del jabón es el efecto; en el segundo, la solidificación de la sustancia la causa de la cristalización. Para MilI, causa es el antecedente necesario e invariable de un fenómeno.)
MÉTODO DE DIFERENCIA. Si un caso en el cual el fenómeno se presenta y otro en que no se presenta tienen todas las circunstancias comunes, menos una, presentándose ésta solamente en el primer caso, la circunstancia única en la que difieren los dos casos es el efecto de la causa que se conoce o la causa (o parte de la causa) del fenómeno. Se trata, en este método, de buscar casos que se parezcan en todas sus circunstancias y difieran en alguna. Ejemplo: Un hombre en perfecta salud ha recibido una bala en el corazón y ha muerto. Antes y después de la herida todo estaba igual. La bala en el corazón es lo único diferente: ésa es la causa de la muerte.
MÉTODO CONJUNTO DE CONCORDANCIA Y DIFERENCIA. Si dos casos o más en los cuales se da el fenómeno tienen una sola circunstancia común, mientras que en dos casos o más en los cuales no se da no tienen de común sino la ausencia de esa circunstancia, la circunstancia por la cual, únicamente, difieren los dos grupos de casos, es el efecto, o la causa (o parte necesaria de la causa) del fenómeno. Se trata, aquí, de la utilización conjunta de los otros dos métodos: una concordancia con una diferencia. Ejemplo: Los animales de sistema respiratorio bien desarrollado coinciden en ser animales de sangre caliente; los que no tienen sistema respiratorio bien desarrollado, carecen de sangre caliente. Podemos, pues, afirmar que la sangre caliente depende de la influencia de la respiración sobre la sangre.
MÉTODO DE VARIACIONES CONCOMITANTES. Un fenómeno que varía de una manera cualquiera todas las veces que otro fenómeno varía de otra manera, es una causa o un efecto de ese fenómeno, o está ligado a él por algún hecho de causación. Aquí no se trata, rigurosamente, de establecer siempre relaciones de causa a efecto entre dos fenómenos. Los fenómenos estudiados podrían ser, ambos, efectos de una misma causa. Ejemplo: Las variaciones en la posición de la luna son seguidas por variaciones en las mareas.
MÉTODO DE RESIDUOS. Sepárese de un fenómeno la parte que, por inducciones anteriores, se sabe que es el efecto de cienos antecedentes: el residuo del fenómeno será el efecto de los antecedentes restantes. Se trata, en este método, de averiguar las causas cuya presencia no puede ser eliminada por experimentación: el péndulo, por ejemplo, puede ser sustraído a la influencia de una montaña, pero no a la influencia de fa tierra, para ver si seguirá oscilando en caso de que la acción de la tierra fuese suprimida. Ejemplo: Se predice por el cálculo la llegada de un cometa en cieno punto y en cieno momento; si no llega cuando se lo ha previsto, eso indica un fenómeno residuo: la existencia de un medio resistente.
Estos métodos de Stuart Mill, independientemente de las fáciles críticas a que pueden ser sometidos (¿qué significa “perfecta salud”, en el caso del hombre que recibió el balazo?; ¿qué significa no tener ninguna otra circunstancia común dos fenómenos en que se presentan cuerpos provistos de forma, de color?...), deja intacto el problema previo: el del fundamento de la inducción, o sea el de su legitimidad.